sábado, 15 de septiembre de 2007

IMPRESIÓN NAPOLITANA

Giró Nápoles. Dio, con soltura, un vuelco fascinante al periplo cultural y caminero que habíamos iniciado en Venecia. Escribo esta nota en Taormina, Sicilia. El Etna, en lontananza, supurando humo blanco, brinda, a pesar de la violencia que guarda, una tranquilidad inédita.
Hay, sin duda, cansancio. Atravesamos Italia en un mes. “Sancho, hemos topado con la iglesia”, recordaba Bea, quijotescamente, al caminar el Corso Umberto I de la capital de la Campania. En su memoria, parodiando a Cecilia Egan, mudaba algunas expresiones: “Sánchez, hemos topado con la autoridad… y con los chulos”. Algunos episodios napolitanos motivaron esa cita.
Disfruté Nápoles. El escándalo, sin duda, es el rasgo sobresaliente de su idiosincrasia. Caos amable, suciedad armónica, gritos y bulla, calles imposibles, tráfico indecente. Las guías de viaje, los comentaristas de oficio, los consejeros de ocasión y demás compañeros circunstanciales temen de ella. Nápoles, dicen, se parece a Caracas. Esa referencia pareciera ser argumento suficiente para suprimir referentes éticos, estéticos e, incluso, turísticos. Beatriz, inmersa en esta literatura, tuvo miedo de Nápoles desde la ventana del tren. Vesubio y Ávila, por imposible analogía, parecieron mezclarse en su particular imaginario. No percibo, a pesar de que podría ser un ejercicio interesante, al Ávila escupiendo candela. No veo al Vesubio, en los días decembrinos, con una cruz de luces clavada en el pecho. Guarenas y Guatire, sin duda, tendrían un mejor aspecto si, al igual que Pompeya y Herculano, se hubiesen ahogado en néctares de tierra allá por los años contemporáneos a Cristo.
Luego vino el taxi. No lo dijo, su mirada fue suficiente: "No me gusta Nápoles". Eso sugería el rostro invertebrado de Bea. El tráfico, efectivamente, recordaba la Francisco Fajardo en horas pico. El Metro, en construcción, congestionaba el centro. El concepto europeo de “paso de peatones” no existe en este lugar. Golpe de sol, ciudad caliente. El taxi cogió rumbo al cerro. “Hay lugares de Nápoles que se parecen a Catia”, me dijo, en una oportunidad, un compañero de trabajo en el San Ignacio. Nunca fui a Catia, siempre asumí mi sifrinería sin complejos. La subida que llevaba a nuestro hotel me recordaba, sin embargo, la rampa de Cotiza, en algún lugar de la Andrés Bello. Los ojos de Beatriz, sumidos en la desesperanza, simulaban sosiego. La calle mostraba, sobre todo, señoras mayores, viejitos, niños con pelotas y helados. Luego de inventar una vereda (doble vía, para colmo) paramos en el Hotel Il Convento.

Vista de una calle napolitana desde el hotel


El miedo de Bea se disipó al bajar a la ciudad, al atravesar un boulevard, afín a la Sabana Grande ochentera, en el que, verdaderamente, tuvimos noticia de la antigua capital del Reino de las dos Sicilias. Un empleado del hotel, que había trabajado en Caracas hace algunos años, nos indicó, con gestos, que la comparación era espuria. “Como Caracas nunca”, dijo cuando hicimos referencia a la posible inseguridad. “Eviten llevar objetos de valor, por si acaso”, fue su único comentario. Por fortuna, desde niño, tengo cara de pobre. Si no me robaron en Caracas en 29 años no va a venir a robarme un napolitano. Además, sin afeitar, tengo un look de malandro que intimida a cualquier ladronzuelo. Me dije en ese tránsito.

Recordaremos de Nápoles, sin duda, el golfo:
Ischia,


Capri


y Positano.


El Tirreno es un mar serio, de azules promiscuos y variables. Hallamos, en Capri, una playa solitaria llamada Bagno di Tiberio.
Supuestamente, el antiguo emperador acostumbraba relajarse a la sombra de este hermoso risco. Tinto Brass, con su Calígula, es responsable de que el nombre de Tiberio venga, ineluctablemente, acompañado del rostro de Peter O’ Toole. Así, mientras Bea tomaba un baño en una piscina de piedras, imaginaba a Peter O’Toole en su rol de emperador insolente adoptando la locura, en sus ratos de ocio, como política imperial.

Nápoles también será memorable por su comida. (Atención Egan) La Trattoria Medina ha sido (y creemos que será), sin duda, la mejor experiencia gastronómica de nuestro viaje. Como le he dicho a Bea: probablemente esta sea la mejor comida de nuestra vida de casados. Los adjetivos para describir tanta delicia saturan y sofríen los significados. Las cinco noches napolitanas fueron acompañadas de sendas cenas. El mejor linguini frutti di mare de mi historia;


un antipasto de la casa abundante y preciosista, un mixto de carne temerario (este día abusé, comí como un desalmado, el plato soportaba, por lo menos, cuatro cortes de carne y chorizo, fue un amable exceso), spaghetti al vongole (para Bea), una torta de limón que no podré olvidar y otras delicias indecibles que condicionaban las alternativas del gusto. Además, músicos napolitanos, acompañados de guitarra y mandolina, blandían melodías populares que decantaban el vino de la casa.

Bea, por su parte, narrará (PRÓXIMAMENTE EN COMIDA CHINA) algunos episodios incómodos: casi nos multan los policías más chulos del Mediterráneo. Luego, cuando ella se haya desahogado, daré mi versión de los hechos.
Amé Nápoles. Si alguien, en la calle, pide mi opinión, seguro diré: “Nápoles es un peo”. Comparto con Bea la impresión de que no me gustaría vivir ahí. Cinco días y cinco noches, sin embargo, quizás una semana, creo que son argumento suficiente para disfrutar y aprehender otro concepto de Italia.
Vittorio De Sica, a mediados de los 50, dirigió Il oro de Nápoli. Pude conseguir esta joya, hace algunos meses, en las afueras de la UCV. Decía, entonces, el director, al inicio del filme, que el carácter áureo de la ciudad lo brindaba su gente. Cincuenta años después encontré las calles idénticas a las del referente fílmico: los mismos balcones, la misma pizza. Traté de buscar a Sofía Loren, con veinte años y un pecho volcánico, en algún portal, pero no la vi. Totó, el comediante italiano, caminó las mismas calles hace tiempo… El Etna dice en susurro ahumado: Apetece(para otro momento, sin duda)revisar un ensayo que especule sobre la naturaleza del tiempo.
Bea tiene prisa por bajar al Mediterráneo. El Etna, al fondo, luego de sugerir alternativas filosóficas se calza una nube, verdaderamente, blanca. Un verso de Calamaro entra, intermitente, y recita, con voz rasgada, que el destino, a su manera, fortalece… esta forma de vivir. (No. 5. "El compositor no se detiene". Incluida en El Palacio de las Flores).
Cuando se pueda, cuando las conexiones lo permitan, COMIDA CHINA ofrecerá otras notas.
Saludos.
Eduardo

1 comentario:

Ceci E. dijo...

Lo mejor de esta crónica, aparte de las frases "siempre he tenido cara de pobre" y el "antipasto preciosista", son las fotos de Sánchez sonriente y posando. Al leer, algo me descuadró. Releí con atención (debe ser algo gramatical, pensé). Pero lo que en realidad me perturbó fue la cara de felicidad de S ante el plato de pasta. ¡Memorable!

Me uno al comentario de Dani. Esperamos el "delivery" de Comida China con la boca hecha agua. Beísima, manda pronto tus lumpias con salsa agridulce.

Besos,
E.