jueves, 29 de noviembre de 2007

AGRIDULCE DE CERDO por Eduardo

LA CURIOSA ESTÉTICA DEL JAMÓN



La palabra jamón, en el entorno criollo, tiene referentes lascivos. La palabra jamón, en Venezuela, no es una palabra culta. Difícilmente, este vocablo trascienda la esfera de la cotidianidad: “Pana, dame, por favor, un cachito de jamón”, se cita con frecuencia en las panaderías; o, quizás, las amas de casa dicen a los portugueses: “Antonio, Joao, Jose –o cualquier otro caso, dame medio kilo de jamón y dos de queso paisa”; también es habitual escucharla en fuentes de soda o comederos: “Menú 1. Jugo de naranja, café y huevos revueltos con jamón”.
El jamoneo, por otro lado, es una expresión vulgar: los amantes, reflexivamente, se jamonean. A saber, se tocan, se palpan, se 'meten mano'. Curiosamente, se ha establecido un vínculo entre el popular alimento y la interacción desaforada de los cuerpos. Infiero, desde una perspectiva culturalista, que esta relación se funda en el olor que despide el jamón cuando, olvidado, pasa más de dos semanas en la nevera. El jamón, en este contexto, forma una película viscosa que, efectivamente, puede parangonarse al ejercicio glandular y salival con el que los amantes se entregan en desbandada.
Expreso estas consideraciones ante el uso y el abuso que los españoles hacen de la palabra jamón. En Madrid, el jamón ha salido de la esfera privada y, libremente, se instala en la vida pública. Muchos restaurantes, locales nocturnos y charcuterías se apropian el término ‘jamón’ con una finalidad comercial e, incluso, estética. No imagino, en la principal de Las Mercedes o en Altamira un local llamado The Hams house o Hams palace. Ni siquiera las areperas se arriesgan, en sus pintorescos nombres, a valerse del vocablo. Es inconcebible, por ejemplo, imaginar en una esquina de Chacao a La reina del jamón.
Es habitual, al caminar por Madrid encontrar El museo del jamón; la jamonería, la casa del jamón; más jamón; Don Jamón; jamón, jamón, jamón; el rincón del jamón; la casa del jamón; el palacio del jamón, etc. La gente joven, en los autobuses, incluso comenta: Vamos a la jamonería y, efectivamente, las llamadas jamonerías están repletas de muchachos que toman cerveza y comen butifarras.
El licenciado gallego Adolfo Calero, en una oportunidad, me explicó que la importancia del jamón en España se remonta a los tiempos de la Reconquista. El jamón, a su juicio, era sinónimo de cristiandad. Hay una sólida relación entre el jamón y la Iglesia Católica, dice el intelectual montalbano. El chorizo, la chistorra y el jamón, colgados en la ventana de una casa fueron un sustituto del crucifijo. Los infieles, en su desdén por las carnes y embutidos, eran fácilmente reconocibles. El jamón, en este sentido, ha formado parte de un discurso tradicional y, claramente, ibérico.
Valdría preguntarse, y sin duda podría ser un tema de tesis, el por qué para los venezolanos el jamón representa un vocablo soez. En general, los venezolanos han desarrollado un profundo desdén estético hacia las palabras que designan embutidos. Salchichón, chorizo, morcilla y chinchurria, entre otras, son palabras vinculadas a un discurso de juerga. ¿Y qué decir de la vilipendiada mortadela?
Hay, en este contexto, un notable campo de estudio para antropólogos, lingüistas, historiadores de la cultura y, sobre todo, como es mi caso particular, ociosos y habladores de paja.

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