miércoles, 5 de diciembre de 2007

LECHUGAS CON POLLO por Eduardo

HISTORIAS DE LOS RODRÍGUEZ:


“… Es cierto. Fuenlabrada, muchas gracias… Buenas noches. Somos Los Rodríguez ese es Ariel en guitarra, Ariel Roth. Con Daniel Zamora, el segoviano, Daniel en bajo. Germán Vilela en la batería… Germán… Julian Infante, un pedazo grande de la historia del rock en España, Julian Infante en guitarra. Buenas noches, Madrid, somos Los Rodríguez ya estamos tocando, gracias”.
Andrés Calamaro, Los Rodríguez. Versión en vivo de Me estás atrapando otra vez. TRACK 8. Hasta Luego.

La semana pasada, el jueves 29 de noviembre, murió Daniel Zamora, el segoviano. El cáncer, con su habitual insolencia, lo humilló. Impaciente, anticipándose a la derrota, el bajista de Los Rodríguez prefirió quitarse la vida.
El cuatro de diciembre de 2000, a los 43 años, murió Julian Infante. El pedazo grande de la historia de la historia del rock en España sucumbió ante aquel eufemismo que, en la prensa latinoamericana, aún suelen reseñar como una enfermedad penosa.
Hace diez años, aproximadamente, tuvo lugar la separación de Los Rodríguez. Hasta luego fue el cierre de una experiencia musical espléndida.
Los Rodríguez evocan, claramente, el muro del módulo 6 de la Universidad Católica Andrés Bello, aquella construcción amorfa y funcional que separa el estacionamiento de las oficinas de facultad. Los Rodríguez, entonces, escribieron varios episodios.
Andrés Trujillo, por ejemplo, pintoresco profesor de historia, fue asimilado a la letra de Engánchate conmigo en más de una tertulia curda u orgía civilizada. “Es el fin de semana largo y dan algo bueno por T.V, y la casa va parecer grande si tu no vienes qué voy a hacer… voy a sacar a pasear mi dolor, como un tonto”. Esto, entre otras grandes piezas, se cantó mil veces a garganta batiente en la carretera regional del centro con las melenas invencibles, -valencianas, criollas y alemanas-, barridas por la brisa en el reducido y familiar espacio de un Fiat Uno azul al que no le funcionaba el aire acondicionado.

El soundtrack de Éxigo, en sus primeros números, fue Sin documentos. “Quiero ser el único que te muerda la boca” fue el verso fundacional de aquella relación incomprendida y exclusiva que logramos formar con Laura Montanari. “Enlace anímico y respaldo psicológico” era, según créditos exigales, la función de la simpática muchachita valenciana. Laura escribió, por la fuerza, dos o tres cosas para Éxigo: una medianamente buena y dos inservibles. Sin embargo, el engranaje exigal dependía, absolutamente, de su gracia inútil.
Era, también, la época de La Milonga del marinero y el capitán. No había fiesta en Santa Mónica, Montalbán o Valle Arriba que Montague Cobbe y yo no termináramos cantando la triste historia de este par de miserables a los oídos de la amante de turno.
A los ojos, Mi enfermedad y Mucho mejor, -más tarde vulgarizada por la cerveza Brahma-, sonaron con efusión en la finca de Yélica Reyes. Incluso en Munich el año pasado atravesamos la ciudad, algo borrachos, citando versos entre Palabras más o menos que, en gran medida, dirigieron nuestra extraña peripecia por Europa del Este.



Montague conduce por los Cárpatos. Eduardo, copiloto, descifra los mapas. El gallego, Adolfo, duerme y la Cabroncita, Laura Montanari, mira por la ventana. Banda sonora: Los Rodríguez.

Cuando te has ido, uno de los peores temas de la banda, fue la canción del verano en nuestra road-movie rumana. “No me esperes una eternidad” gritaba Andrés Calamaro por las desoladas carreteras de Transilvania. Bucarest, por su parte, a golpe de seis de la mañana, con un taxi –destino aeropuerto-, esperando en la penumbra, nos obligó a despedirnos de la Cabri en una mazmorra del bulevar Dul-Uniri. El episodio dio pie a que, meses más tarde, desempolváramos La mirada del adiós que, hasta la fecha, se ha hecho una melodía esencial de antologías para I-pods, Media Player, CD’s quemados y verbenas.



Laura, Montague, Eduardo y Adolfo en un bar de Brazov, Transilvania.

El pasado 17 de agosto, con Adolfo Calero como único Rodríguez presente, Bea y yo inauguramos nuestra película matrimonial con el baile, en tiempo de vals, de La parte de adelante creación individual de Andrés Calamaro que, en nuestra historia personal, asimilamos a todo lo que significó Los Rodríguez. Inútilmente, previo acuerdo con la orquesta, la fiesta en La Esmeralda cerró con Me estás atrapando otra vez a las cinco de la mañana. El tema, desconocido para la mayor parte del público presente, me lo tripeé yo solo: Montague, sin pasaporte venezolano y sin dinero, estaba en Londres; la Cabroncita, desarraigada y, por supuesto, sin dinero estaba en Barcelona; Adolfo haría, más o menos, quince minutos que se había ido para su casa y Bea, en un arrebato de curdo-narcolepsia, dormía la pea –según ella mala digestión-, en el vestíbulo del baño rodeada de doñas y amigas que la invitaban a recuperarse tomando menjurjes, frescolita con sal o tomate con leche.
Con la muerte de Daniel Zamora, el segoviano, sólo quedan tres Rodríguez (Andrés, Ariel y Germán). La trayectoria de Andrés Calamaro, desde la ruptura, ha sido notable. Muchas de sus canciones se han incorporado, en esa simbiosis peculiar que en la escuela de Letras de la UCV llamarían Música-vida, a nuestro repertorio. Ariel Roth ha hecho cosas que no entiendo. No puedo condenarlo por aprecio. Decirle a un amigo "la estás cagando" o, quizás, "te están montando cachos" siempre es complicado.
Todos los Éxigos nos fuimos de Venezuela. La dispersión nos impide celebrar el sepelio. Por treinta o cincuenta mil bolívares, sin embargo, me atrevería a contratar, vía Internet, a algún estudiante entusiasta con el fin de diseñar un epitafio. En el muro del Módulo 6, con tipex, valdría la pena escribir en honor a Daniel Zamora, el segoviano; a Julian Infante y, en ejercicio libre de nuestro narcisismo, a nosotros mismos, la intrascendente, simple y rotunda expresión de Buena Suerte: “Dicen los toreros.”



Andrés Calamaro, Ariel Roth, German Vilela y Daniel Zamora, el segoviano en un lugar muy parecido al muro del Módulo 6.

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