sábado, 26 de abril de 2008

CONCIERTO DE FITO PÁEZ


El waltz for Marguie anunció fiebre. El concierto permitió hacer balance. La primera vez que vi a Fito Páez fue a través del televisor de mi casa. Él subía al escenario del Teresa Carreño, invitado por Carmen Victoria Pérez, a recoger un Premio Ronda en la categoría Mejor Artista Internacional. La canción del momento era Sólo los Chicos. Recuerdo, años después, el estreno en Sonoclips del video Sasha, Sissí y el círculo de baba. Fueron mis primeros tropiezos con el cantante de Rosario.
Cuando era más joven Ciudad de pobres corazones me parecía estridente. Carecía de sensibilidad apocalíptica y, por lo tanto, esa hermosa blasfemia en la que el artista grita: maldito sea tu amor, tu inmenso reino y tu ansiado dolor, me resultaba odiosa.
Fito Páez, en gran medida, es un artista de colegio: Hay pisadas que me recuerdan a Walter Lindo y, sobre todo, con tacto de Religion Song a Escarlata González. Yo, en aquel tiempo, ‘era un tipo triste y encantado’. Fueron los días de la primera versión de Mariposas. Me parecía un tema infantil, irreverente, me recordaba fanfarrias de Alegre Despertar al igual que muchos de los temas que integraban el "Circo Beat" a los que, por tener la cabeza en otros asuntos, no les di importancia.

El concierto abrió con el waltz for Marguie incluido en “Rodolfo” (2007), pieza preciosa, piano breve y solitario, clásico y romántico. 11 y 6 inició un recorrido por historias viejas, por tertulias altaneras en casa de la gorda, Patricia Méndez, y debates inútiles en clases de Historia de Venezuela sobre la conveniencia política que, a mediados de los noventa, representaba Rafael Caldera.
Mi amistad con Fito se funda, básicamente, en el descubrimiento tardío de “El amor después del amor”. Luego, en 1996, aproximadamente, se consolidó con “Euforia”. Cadáver exquisito, tema que no tocó, fue canción de madrugada y cuna. “El amor después del amor” apareció en mi casa. No lo compré, recuerdo que se lo robé a un primo. De catorce tracks de este trabajo, Fito interpretó diez. Un arreglo precioso de piano y guitarra trajo los restos de El muro de los lamentos. Un golpe bajo, entre tantos, apareció con Creo. Tema difícil, una de esas letras que se oyen y, por curiosas necedades humanas, se apropian. “Si fuera poeta escribiría algo como eso, sé de lo que está hablando; ayer, justamente, sentí y no supe apalabrar aquello”: son algunas de las reflexiones idiotas que surgen cuando escucho canciones como Creo. Creo formó parte de un disco variado que, en 2006, llevamos a Rumania. Montague la descubrió en medio de Los Cárpatos. Alguna vez, en historia reciente, recomendé la canción al joven aprendiz Rodrigo Michelangeli quien se iniciaba en el culto a Fito y, desde entonces, se ha convertido en pieza esencial de su i-pod.
Conmovió también la interpretación, a dúo con los Marlango, de Pétalo de sal. Más tarde, junto a una andaluza cuyo nombre no recuerdo, brindó un arreglo clásico de Un vestido y un amor.
Arrancó A rodar mi vida y Bea, haciendo gala de su mala memoria, había olvidado que esa canción, a finales de 2006, fue banda sonora de mi solicitud de matrimonio. El coro final, el condicional “si hice más liviano el peso de tu cruz”, más o menos, le hizo recordar que, efectivamente, la canción hablaba de nosotros.
Fito invitó al escenario a dos impresentables llamados Los Pereza. No los conocía, no los conozco. Su look juvenil y transgresor me resultó sospechoso, sin embargo, cuando lanzaron los primeros acordes de La rueda mágica mis prejuicios hicieron mutis. Creo que, alguna vez, le dije a Patricia Méndez que al escuchar esa canción me entraban ganas de recorrer el mundo. Eso lo decía cuando Río Chico o, quizás, Anaco representaban mis más plausibles horizontes. El sueño con el Liverpool bar ha variado con los años; el escenario cambia de manera rotunda al concebirlo desde geografías remotas: castellanas, eslavas, dacias o magiares. Mis amigos futboleros dicen que mi simpatía por el Liverpool responde, únicamente, a que su DT es Rafa Benítez y, a través de él, expreso cierta nostalgia valencianista. En ejercicio de ociosa honestidad podría decir que el Liverpool me gusta, sencillamente, por esta canción que escuchaba cuando tenía 18 años y arrastraba taras sobre la estructura de los sueños, la noción de amistad, un sobrevalorado – y sin duda trastornado- concepto del amor y la indecisión absoluta sobre qué hacer con y en el tiempo.
Sorprendió Dos días en la vida, no la esperaba, hizo el tránsito idéntico al del CD noventero: Luego del Amor después del amor contó la simpática historia de Thelma y Louise. Rescató Giros, acompañado en la guitarra de Ariel Rot. Esperaba, en trance de infarto, la emergencia de Ambar violeta pero no apareció. No tocó temas de sus incomprendidos trabajos “Naturaleza sangre” ni “Rey sol”. De “El mundo cabe en una canción” sólo salvó Eso que llevas ahí. Esperaba escuchar, sin mucho entusiasmo, Te aliviará o mi canción mala favorita Rollinga o Miranda Girl. “El mundo cabe…” es uno de esos trabajos incomprendidos, esos que censura la afición y que requieren jornadas extensivas de análisis y reflexivas borracheras.
Una de las cosas que aprecio de Fito, como en otros pocos que ahora no nombraré, es su noción del cambio, la asimilación de los años. Al aficionado convencional le molesta que el artista madure, que cambie la blasfemia por el canto jovial y festivo que no apela a versos trascendentes sino que, sobre la rutina, se inventa líricas sencillas, poco ambiciosas. “El mundo cabe…” es, a mi juicio, un homenaje al Bob Dylan más superficial, a las canciones sonsas, a las letras que se tararean y no se piensan. El contraste “Naturaleza sangre” – “El mundo cabe…” creo que es suficientemente ilustrativo. Es agradable escuchar, en la misma voz aguda y ricamente desafinada, a dos personas diferentes, a un espejo que refleja dos días en la vida: el día bueno en el que provoca silbar Sargeant maravilla y el día terrible, en el que arde la cabeza y el sentido del mundo colapsa, en el que apetecen 139 lexatins y afirmaciones como “Un hombre se hace fuerte cuando se decepciona” parecen tener un sentido de realidad incuestionable.
Fito Páez presentó a Madame Madrid; los técnicos colocaron un banco y apareció Joaquín Sabina. ¡Maldita sea! ¡Este es, verdaderamente, un momento!, me dije. Fito interpretó Contigo, tema original de Joaquín que, en parte, capta su tormentosa relación. Luego vino la convencional Llueve sobre mojado y recordé tardes que se traspapelaron con otras tardes, con pasillos de la UCV y romances de ocasión. Esa canción fue soundtrack, a finales de los años noventa, de una larga relación con una mujer mayor.
En “Rodolfo” hay una pieza llamada El cuarto de al lado. Es una canción reciente, de nuevo cuño. La interpretó con entusiasmo y prólogo: Uno se hace viejo, dijo. Aparecen los hijos. Anunció en su prefacio reflexiones simples sobre la naturaleza de la casa. “Me gusta que mis hijos duerman en el cuarto de al lado. A esa situación le escribí esta canción”. El tipo que deleitó mi adolescencia con Sólo los chicos y que con Cacería -que tampoco cantó-, habló de zares, serpientes en Lisboa y eunucos de Alá, asimilaba su condición adulta y, con palabras sencillas, narraba la complicada situación del matrimonio. A pesar de que tengo el disco desde hace un par de meses y que, en labores domésticas como el aspirado y el fregado, suelo colocar como contorno, no había reparado en la letra. Canción de afectos tácitos, de discusiones cotidianas e insultos afables, de hoy no te soporto pero te necesito, de quédate o desaparece, de hoy yo cocino y tú planchas, de mañana almorzaré fuera, de ‘estamos gastando demasiado’, de veamos una película, o de, algún día, podremos disfrutar de una biblioteca más amplia. Canción que envejecerá bien. Diciendo, justamente, esa sentencia: “la siguiente es una de esas canciones que ha envejecido bien” presentó Tumbas de la Gloria.
El cierre del concierto estuvo ungido en melancolía: Y dale alegría a mi corazón me trajo retazos del Colegio La Concordia. Luego soltó El cable a tierra y ese tema sí que estimuló mi quiste de retención nasal, mi colón espasmódico y, seguramente, dio lugar a un principio de úlcera. ¡Basta, basta! Citaba Nietzche en un aforismo que, con Cobbe, plagiamos a placer en varios números de Éxigo. ¡Fito, termina con esto, es demasiado. ¡Da las gracias y lárgate! No tuvo mejor idea que invitar al escenario a Pablo Milanés. No le hace bien a los hombres de temperamento melancólico ver en un mismo escenario a Fito Páez y a Pablo Milanés, mucho menos interpretando Yo vengo a ofrecer mi corazón. Seis minutos plenos: A mí manera, Yo no te pido y Allí –mis favoritas de Pablo- se fundieron en una sola letra.

Volvemos al cabaret de Rosario, dijo. Se sentó al piano e interpretó acordes extraños, luego de un intro breve cantó: Me gusta estar al lado del camino, fumando el humo mientras todo pasa… En ocasiones, cambió la letra: "The Beatles, caña Legui, Charly García…" Para entonces ya me encontraba estéticamente baleado, con el entusiasmo roto y el páncreas sobre excitado. “El tiempo a mí me puso muchos años”… agregó. Al lado… siempre fue una experiencia musical extraordinaria. Fue el disco de Vancouver, de los tres meses en el oeste canadiense allá por los días del cambio de siglo. Aprendí “Abre” de memoria. Recuerdo que, escuchando Al lado…, recibí desde Caracas la noticia de un amargo fallecimiento. Desde entonces el verso “la brisa de la muerte enamorada” me trae el olor aséptico de las funerarias, me trae fotos de niños viejos, de carajitos felices que sonríen a la cámara y que, se supone –por lo que dicen los viejos-, que éramos nosotros.
El cierre vino con Dar es Dar y, por supuesto, Mariposas. Varios versos me llevaron a mi casa, no a la Plaza Castilla, a Santa Mónica. “Cuando me fui, no me alejé” me decía el argentino, de tú a tú, en medio de una multitud entusiasta. “Llevo un destino errante, llevo tus marcas en mi piel”… Unamuno en su Sentimiento trágico cita a un pensador alemán llamado Oberman: “¿Quién soy yo? Para el universo nada, para mí todo”. Recordé el aforismo al personalizar la letra, al acordarme de Tere cocinando arroz mientras José se iba los domingos al hipódromo. Fito diría que ‘levantaba sus principios de sutil emperador’ aunque, con palabras distintas, se refiere más o menos a lo mismo.
Bonus track: Desarma y sangra, homenaje a Charly. Precioso tema. Tumulto, salida, andanza a la estación del metro. Sé que la noche disfrutó de La rumba del piano,Polaroid de locura..., Brillante sobre el Mic y Circo Beat. Quedaron pendientes Parte del aire, Tus regalos, Tu sonrisa inolvidable, Cacería, La despedida y, entre tantas, Cadáver exquisito pero ‘Che’, le dijo a una fan entusiasta, ‘qué más quisiera yo que cantarlas todas, pero no puedo’.
Por lo general, odio los conciertos. No soporto a las multitudes eufóricas. Grupos de gentes haciendo el ejercicio del aplauso y el griterío me producen fallas respiratorias. Sólo al final, en el barullo del bis, sentí algo de vértigo por la desbandada, por los rostros felices y las fanfarrias. Me aturde la alegría colectiva, sin embargo, logré moderar mi intolerancia y disfrutar del momento. Cuando el argentino se sentó en el piano y dijo “tu tiempo es un vidrio, tu amor un fakir” logré abstraerme y olvidar mi inevitable participación en la masa.
Buena noche en Madrid. Luego, madrugada de vinos con Martín y Steph, compañeros del MEEL. Tertulia musical de Sabina y Marlango.

2 comentarios:

Stephanie dijo...

Compartiendo crónicas.

Vaya marejada de emociones y recuerdos, me sentía en un barco tambaleante entre el Atlántico y el Pacifico, lo que se venia era especial, al comenzar la noche, se anunciaba algo, algo sorprendente. Para esta partiperra chilena que un 7 de marzo dejo su país con esa bendita canción "11 y 6" en el bolsillo, canción que un loco enamorado le regalo cerrando una dulce historia de amor adolescente, para aventurarse en una vida nunca mas daría pie atrás, la noche fue realmente uno de los mejores recuerdos madrileños.

"El amor después del amor" me trajo de vuelta a mi realidad, marejadas de sentimientos y sentimientos nuevos, sentimientos olvidados, sentimientos de manos, miradas y besos, euforias de deseos de verlo, y de dejar de lado mis miedos y preguntas, y vivir una vez mas el amor después del amor junto a un Martín de ojos negros.

Marlango fue el descubrimiento de la noche con esa maravilla de voz y de canción exquisita que se convirtió en dosis doble de caramelo para el resto de la noche... fue el goce del descubrimiento de nuevos versos y nuevos estilos.

Mis ojos veían un banquillo solitario esperando en el backstage a ser dispuesto en escena. Fue el preámbulo de mi imborrable sonrisa por el resto de la noche, la euforia a partir de ese momento se convirtió éxtasis al saber que no gozaba de este momento inigualable sola...la llegada de Sabina al escenario me hizo buscar impaciente la cara de mi amigo Eduardo entre la molesta multitud que esta vez le serviría para esconder su rubor de emoción al ver al Señor Madrid, rejuvenecido cantando semejantes versos para el, su musa y sus amigos.

Con "giros" desistí en pararme, "un poco de compostura chica!!!"... mi favorita de los 80s increíble me llamaba pero no la escuché, desistí. "Mariposa" fue tentadora, casi irresistible, ya bailaba en mi asiento y la frustración de un semejante concierto sentada, me hizo maldecir al organizador del evento. Sin embargo "dar es dar" fue la gota, la gota.. que faltaba para hacernos saltar con Bea del asiento y no lograr retener el grito eufórico que en algún momento había quedado rezagado en el asiento.

Las emociones no terminan ahí, sino aquí... “Yo vengo a ofrecer mi corazón” con el mismismo Pablo Milanés ... la letra, las voces, el momento, todo... fue la cúspide. Me sentí feliz y afortunada. Sin poder no agradecer a la vida por semejantes regalos. Ver la importancia de vivir nuestros recuerdos, de hacer de nuestra existencia verdadera, y ver como una canción y una letra, marcan, marcan el corazón, y no solo el mio, sino el de miles, miles de personas. Momentos como estos me hacen sentir viva, sin que el momento deje de parecer surrealista y sublime... me voy a casa con una gota de fantasía en el corazón.
Gracias por la compañía.

Hugo dijo...

Si cumplen un año sin actualizar e;l blog lo quito de mis favoritos. Falta sólo un mes.