sábado, 25 de agosto de 2007

Bares y caminatas


Algunos bares se ven interesantes. Las cervezas, en tarros gigantes, llaman la atención. La multitud errante, sin embargo, ha hecho imposible el que podamos instalarnos en una taberna. Como hormigas, los enjambres de gentes, corroen Venecia. El avance de razas –arios, africanos, árabes, latinos y nipones, parece una batalla campal, modificada por computadora, como las que Peter Jackson mostró en su adaptación de Tolkien.
Por suerte, hemos comido bien. El vino de la casa ha sido una elección económica y placentera. He centrado mi afición en los spaguettis marinos, carpaccios, bruschettas y pizzas. Bea ha sentido debilidad por las gelaterías. Ayer me insultó ya que paramos en una heladería artesanal y ella pidió una serie de sabores imposibles con nombres impronunciables. Yo, siendo consecuente con mi clasicismo, pedí mantecado con chocolate. Eso la ofendió. Volvimos a caminar el Canareggio (No sé si se escribe así, la guía está lejos) Espero, pronto, tomar mi primera cerveza italiana.
Hoy, como nunca antes desde que, ante Dios, saldamos el asunto del matrimonio, dormimos. Corrimos a diez para la diez al comedor del hotel para no perder el desayuno, incluido en la tarifa, y volvimos a caer fulminados. Esta tarde visitaremos la Galería de la Academia de Venecia. También para este lugar tengo entradas. Las colas de japoneses insultan cualquier tentativa de espera. Nuevamente, Tiziano, Tintoretto, el Veronés, Giorgione y compañía vendrán a escupirnos a la cara, a hacernos sentir inmensos y, al mismo tiempo, miserables. Seguiremos, cuando se pueda, con más COMIDA CHINA.

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