sábado, 25 de agosto de 2007

PADUA


Hermosa Padua, apacible. Verdaderamente serena. El tren, moderno y cómodo, nos llevó a esta ciudad en cuarenta y cinco minutos. Bea, por supuesto, durmió el trayecto desde el Lido hasta la estación de Santa Lucía y, posteriormente, el viaje en tren. Padua es la ciudad de Giotto di Bondone. Pudimos ver en fotos que, para marzo de 1944, este lugar fue barrido por la guerra. La mayoría de los frescos de Andrea Mantegna que decoraban las paredes de la Iglesia del Eremita desaparecieron. Actualmente, se hacen valiosos trabajos de restauración y recuperación de los mosaicos. Esta fue la primera iglesia a la que entramos. Inmensa, tranquila, sin japoneses. Los retazos de Mantegna, aparecidos en capillas laterales, narraban episodios fragmentarios, interrumpidos por la guerra, y contados con el toque particular del cuatroccento. Una de las iglesias más fascinantes que hemos tenido la oportunidad de visitar.
Caminamos un poco y, bajo un cielo turbio, sin sol, entramos a la capilla del Scrovegni: La plaza de Giotto ¡Qué grande, Giotto! Asistimos, creo, a los frescos más hermosos sobre los que el ojo humano ha tenido noticia. En los últimos años he enseñado en el aula los recursos de este artista a partir del fresco Lamento sobre Cristo. La capilla se desvanece, los restauradores hacen esfuerzos increíbles por sostener en pie a esta sala construida hace más de siete siglos. El Lamento sobre Cristo forma parte de una cadena narrativa, continua, de episodios de la vida de Jesús. Frente a él, con las mismas proporciones, aparece El beso de Judas y, al lado de este, la fascinante Matanza de los inocentes. Una sala sin referentes, única. Nos gustó mucho el conjunto arquitectónico y pictórico del museo del Scrovegni. De tener que volver a dar clases sobre esto, lo haría de otra manera.
Padua es pequeña, humilde y legendaria. Giotto, con su originalidad peculiar, volvió a degradarnos con una de las cosas más brillantes que hemos podido ver en esta odisea: la cúpula del baptisterio en el Duomo di Padova. Giotto abusó, Giotto se excedió en talento, Giotto realizó algo increíble, sublime, alarmante. Una capilla pequeña pero, a todas luces, imponente.
El clima no cambió en Padua. La llovizna era persistente. Ordenamos unas pizzas gigantes. Olvidamos, por demás, que el concepto de pepperoni italiano no es el mismo que en el trópico. Esperábamos embutidos ardientes y recibimos pizzas con tiras enormes de pimentón.
Visitamos también la basílica de San Antonio de Padua. La hilera de peregrinos impresiona. La tumba del santo y sus reliquias están forradas de fotografías, súplicas, arrepentimientos y gestos de gratitud.
Caminamos hasta la Universidad de Padua, la segunda universidad más antigua de Italia, de las más antiguas de Europa. Bea comentó, con honestidad, que la UCV estaba mejor, razón por la que me adelanté unos pasos y no volví a dirigirle la palabra por un tiempo prudencial. ‘Quisiera ver a la UCV en el siglo XXVI. Si conserva, entonces, el prestigio de esta institución, entonces, podría estar de acuerdo’. Fue lo único que comenté.*
Tomamos chocolate caliente, caminamos, vimos iglesias barrocas y, en horas de la noche, volvimos a Venecia. Comimos un exquisito rissotto marinera y caminamos el Lido.
Padua resultó una visita grata. Giotto hizo un gran partido.
*Bea acota: “Quise decir que la UCV era más impresionante. Esto sólo era un edificio más. Al ser consultada sobre qué quiso decir exactamente, dijo: ‘No sé qué quise decir

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