martes, 28 de agosto de 2007

CIAO, VENECIA


Federico Fellini, junto a su esposa Julieta Masina, atraviesa, en góndola, el Gran Canal de Venecia. Año, 1955”. Cita la leyenda. La foto, de grandes proporciones, se encuentra al final del libro de TASCHEN que aborda la obra del genio de Rimini. Siempre, durante el insomnio, ojeaba este libro. La piratería ucevista me permitió disfrutar del referente fílmico. El año pasado vi “La Strada”, “Il vitelloni”, “Il bidone”, “La dolce vita” y "8 ½", entre otras películas.
Fue a mediados de marzo cuando, sin que Bea lo supiese, decidí incluir Venecia en el itinerario. Hallé, rápidamente, el hotel del Lido y planifiqué, sin contratiempos, las salidas interdiarias a Verona y a Padua. El viaje, poco a poco, fue tomando forma.
Dos o tres semanas antes del matrimonio eclesiástico, perdido entre la ansiedad y el ocio, volví al libro de Fellini. No busqué el índice, no busqué referencias o datos eruditos sobre sus años de guionista. Fui, directamente, al final del texto, a la foto. Allí la encontré. Es la fotografía que centra este ‘breve’ comentario. Vi, entonces, el rostro de Julieta Masina: plena, ‘amante’; aprecié también la tranquilidad del cineasta, e, inmediatamente, busqué en Internet alternativas para concertar pasajes en góndola durante los días que estaríamos en la Serenissima. Fue fácil. No tardé más de diez minutos en seleccionar una de tantas ofertas.
El domingo 26 de agosto, a las cinco de la tarde, en compañía de dos viejos músicos, tomamos una góndola en el Gran Canal de Venecia. Era nuestro último día en la ciudad. Pedí temas de Niccola di Bari que los ‘viejitos’ no conocían (Egan, perdona los diminutivos pero estos señores los ameritan). La música llamó la atención de muchos hindúes y japoneses que cruzaban algunos puentes. Cualquier descripción de este momento obligaría citar, necesariamente, adjetivos que, por cuestiones estéticas, suelo evitar. Vale decir, sin embargo, que fue en un momento sustantivo.
Los músicos, en algún momento, bordeando el Palacio Ducal, tocaron una pieza instrumental. Por instantes, ejerciendo mi derecho a la abstracción romántica, recordé la foto de Fellini y, en osado paralelismo, consideré algunos proyectos -personales y comunes, que pretendo realizar en Madrid.
Síntesis del ensueño: 1955, faltaban 5 años para que Federico realizase “La Dolce Vita”, siete para concebir la monstruosa genialidad de "8 ½". Con detalles macro y sin pixelados recordé la foto del libro de TASCHEN. Julieta Masina, claramente, está feliz. No piensa en la cándida Gelsomina de "La Strada", no piensa en el personaje de Cabiria que, probablemente, el cineasta, en íntimo testimonio, le comentó como posible interpretación a realizar en un par de años. Ella, simplemente, está allí. Fellini, por otro lado, parece distraído, sabe que algo le falta, sabe que aún no ha logrado lo que quiere. El éxito de "La Strada" e "Il Vitelloni" no le satisface. Aspira otra cosa. Entre la nada, busca. Mientras la góndola avanza parece atisbar, como alter ego posible, la figura de ese joven actor llamado Marcelo Mastroiani. Mil pensamientos lo agotan.
Bruscamente, bajo el sol estival y el repique del agua, examiné los proyectos literarios que pretendo llevar a cabo en España. Aspirar el impacto cultural de "La Dolce Vita" sería demasiado, sin embargo, la foto del insomnio parecía brindar estímulos inmensos que, a ritmo de bandoneón, y con la interpretación italianizada de Bésame Mucho, hacían que todo pareciera posible.
Federico Fellini y Julieta Masina han sido, quizás, una de las parejas más sólidas y emblemáticas de la historia del cine universal. Ciao, Venecia… Ciao ,Venecia… Ciao, Venecia… Ciao. Cantaba el gondolero en amable simpatía con los viejos músicos. La barca se detuvo en la estación San Zacarías.

Aquella noche vimos, a mar abierto, la rivera del Adriático. Caminamos el Lido hasta el legendario hotel Excelsior. Gustav Von Aschenbach, protagonista de La muerte en Venecia, fue el siguiente referente en usurpar mis emociones (Con el permiso de Lucchino Visconti). Nuevamente, di otra mirada a los proyectos (al asno, al astillero, a los desarraigados, al régimen de tutelaje y la mujer sin atributos). Recordé la foto de Fellini y, afectivamente, consideré un nuevo plagio. Hay algo que Federico, a pesar de mostrarse disperso, calla. Hay algo que, a primera vista, el director no dice. Es verdad, está pensando en otra cosa. Está imaginando, probablemente, a Anita Ekberg desnudándose en la Fontana de Trevi. Imagina –puede ser, una escultura de Cristo atravesar los cielos del Lacio. Sin embargo, todo buen observador notará que, en su desdén, el maestro comenta, sin escándalo: “Nada de lo que aspiro podría realizarlo sin Julieta Masina”… Creo que yo tampoco.
Próximo destino: MILAN.

No hay comentarios: